En las Tierras de
Sknot – ACTO 1
"Intradens ad
interiora Morti"
Grabado en una lápida
sepulcral del Siglo II
~ I ~
Nihuris, hija de Eltarion de
Hurdum galopaba a lomos de un recio corcel enmyrio, su armadura en plata y
cobalto desgastada por el largo camino, evidenciaba la dureza de los
territorios por los que acababa de atravesar; iba en busca de una noble
guerrera ulvyrica.
La emperatriz Aglae había
convocado a todas las guerreras con experiencia en combates contra tribus
bárbaras thyranias y Aglae de Ulvyria se había destacado en el pasado, durante
las rebeliones sureñas treinta años atrás.
Las lenguas contaban que la
guerrera durante su juventud había guerreado contra bandas sangrientas del sur
de guerreros sin ley ni orden que habían asolado los terrenos del señorío de
Aldúmene.
Y era que dicha señora de la
guerra no era Asyndane al completo.
Por eso Nihuris era la encargada
de buscarla. En las filas de los ejercitos enmyrios eran las asyndane quienes
dirigían y comandaban, pero el grueso de la infanteria, artilleria y caballeria
eran una mezcolanza de elfeyds, mannenskyn y asyndanes de baja ralea. Y de
entre ellos, muy pocos, contados podían llegar a ser dirigentes; tal era el
caso de los padres de Aldúmene y de Nihuris, ambos habían nacido mannenskyns.
Los mannenskyns eran la estirpe
más baja de todas superior unicamente a las bestias a los ojos de las
orgullosas señoras asyndane de la luz; sin atributos mágicos o habilidades
guerreras particularmente excepcionales, los mannenskyn pululaban entre las
ciudades de Enmyria como siervos o refuerzos a contigentes guerreros,
mercenarios, campesinos y obreros. Eran los pequeños peones que siempre servían
sin aspirar a ser servidos salvo por méritos realmente únicos que hayan
superado inlcuso a las mismas asyndanes.
Y entre las mismas asyndanes, los
nombres de Eltarion de Hurdum y Aldyon de Ulvyria eran legendarios, dos nombres
mannenskyn bien grabados en los anales de la historia asyndane.
Pero eso había sido en guerras
menos sangrientas que las que se avecinaban. Nihuris había escuchado con temor
fervoroso las palabras de la emperatriz Aglae cuando ésta le contó de los
horrores y excesos a los que las thyranias sometían a las ciudades y villas
fronterizas entre Thyrania y Enmyria, excesos que habían sobrepasado la medida
de lo tolerable. Actos blasfemos que habrían escaldado los ojos de los mismos
dioses.
Cuando el bravo corcel sobre el
que la asyndane cabalgaba cayó al suelo echando sangre por ojos, nariz y
belfos, Nihuris casi había llegado a su destino, pudo divisar al fin los
chapiteles terminados en punta del castillo de Ald-Or, hogar de Aldúmene de
Ulvyria.
~ II ~
El sol resplandeciente de
mediodia chocaba con el viento frío
entre los pinares del bosque. Las botas de la señora de los bosque de Ald-Or caminaban
entre las ramas y agujas de pinos con soltura sin quebrar ni un solo con
rapidez, en su pecho llevaba atravesado un lazo del que colgaban cinco conejos
de buen tamaño, corría de vuelta a su castillo al escuchar el Cornis
Ceremonialis, un llamado bronco y recio que vibraba más que sonar en el bosque
anunciandole a la señora que había visitas de la corte cuando ésta andaba de
caza, cosa bastante frecuente.
La guerrera odiaba por lo general
las visitas de las asyndanes cortasanas de Ulvyria y en general de todas las
asyndanes de los tres grandes continentes. Aldúmene había crecido con el
estigma de ser una Mannsyndane, una híbrida asyndane y mannenskyn, vista como
una mutación tolerable, ya que el padre de Aldúmene, Aldyon había sido uno de
los pocos en poder desposar a una asyndane y engendrarla a ella.
La noble creció en medio de la
soledad de la corte de su padre que, tras terminar su servicio como soldado de
la emperatriz Aglae, recibió las tierras y bienes en que ahora ella regía.
Durante su mocedad creció tranquilamente, rodeada de sirvientes mannenskyn que
siempre le servían; más que con servilidad, con ese cariño que los padres le
tienen a los hijos.
Pero al entrar a la milicia,
Aldúmene supo el lugar en el que ella y otras mannsyndane ocupaban en la escala
de valor social asyndane.
Pese a la reputación de su padre,
Aldúmene tuvo una juventud muy dura y complicada. No era asyndane al completo,
pero tampoco era una mannenskyn, ésto dificultaba el colocarla en un frente ya
que se ignoraba de sus capacidades. La noble recordaba con una mezcla de rabia
y vergüenza las encomiendas y exigencias que de ella se esperaban, aquellas
noches y dias de vejaciones y desprecios, de ultraje tras ultraje le
endurecieron el gesto y le amargaron la existencia para siempre.
Pese a todo y por los métodos
menos ortodoxos posibles en el corrupto mundo militar asyndane, Aldúmene
alcanzó el grado de capitana ganando como recompensa a todos sus esfuerzos
previos el ir a luchar contra tribus bárbaras en el peor muridero thyranio en
aquél entonces.
Y pese a ésto y con fuerzas
disminuídas logró resistir su posición y abatir a los principales dirigentes
bárbaros de la horda invasora.
Tras aquello y con el alma
resentida, Aldúmene volvió a su castillo convertida en la Gran Capitana, digna
heredera del supremo guerrero mannenskyn, pero con el alma marcada por el odio
y la violencia.
Sólo en los bosques lograba un
poco de paz, sus noches eran rojas y plagadas de recuerdos dolorosos y
horripilantes. Aldúmene de Ulvirya era un alma quebrada por los espantos de una
guerra que no era mas que una simple escaramuza provincial a comparación de lo
que estaba a punto de soltarse, y estaba siendo llamada por el triste reclamo
bronco y metálico del cuerno broncíneo para alistarse en otra batalla.
~ III ~
Nihuris aguardaba a la señora de
Ald-Or mirando los cuadros que adornaban el salón cortesano del castillo y más
concretamente, el de Aldúmene.
Nihuris era una morena
mannsyndane de tristes ojos dorados y cabellos largos y blancos de estaturia un
poco inferior a la media asyndane; muy diferente era Aldúmene, de violentos
ojos fieros de un azul volcánico y de piel clara de cortos cabellos
negro-azulados y de rasgos duros guerreros.
Nihuris pensaba en lo diferentes
que eran y lo paradojicamente similares que tenían planteados sus destinos.
Nacer en batalla y perecer en batalla.
En su mano, enrollado y sellado
por un cordel dorado, estaba el llamamiento que Aglae había extendido para
Aldúmene.
Las botas de la señora de Ald-Or
resonaron en el pasillo, Nihuris reconoció en el andar aquél, el paso altivo de
una noble y el andar marcial y sigiloso de un soldado.
En efecto, la morena guerrera se
giró para encontrarse con la capitana. Grande fue la sorpresa al ver a la gran
capitana vestida con una armadura de cuero ligera, botas de caza y una tira de
conejos cruzada en el pecho generoso que discurría a una breve cintura. Pero el
modo de sostener la postura, el modo de tener cruzado el cuchillo en la cadera
y los ojos, la dura mirada de una vibora acechando, convencieron a Nihuris de
que era por quien había recorrido tantos kilómetros.
~ ¿Aldúmene de Ulvyria?. -
preguntó Nihuris.
~ La misma. - dijo la capitana
mirando de pies a cabeza a la guerrera.
Aldúmene había esperado una
asyndane cortesana, era lo usuál cuando Aglae mandaba exigirle cuentas por la
madera de sus bosques o el acero de sus minas. Pero ahora notaba un gran
cambio, los ojos de la emisaria, dorados y melancólicos, su piel broncinea y
cabellos largos blancos eran algo que no cazaba con el aspecto de las asyndane
de Ulvyria.
~ Soy Nihuris, enviada de las
emperatrices de Enmyria, las señoras se encuentran reunidas en la capital del
imperio de Ulvyria contemplando la posibilidad de entrar en conflicto con las
señoras de Thyrania y necesitan a todas las magister militium en activo.
Aldúmene miró a la guerrera, se
veía que venía de lejos y que apenas y había parado durante el viaje. Debió ser
una larga jornada desde Ulvyria hasta Ald-Or.
~ Si. Sólo cuando las asyndane se
cansan de discutir mandan a los mannenskyn a morir... - dijo con sarcasmo
quitandose la tira de conejos y dandosela a un silencioso sirviente. -
emprenderemos el viaje temprano por la mañana, por ahora necesitará descansar,
soldado.
~ Soy capitana, como usted, y
también soy mannsyndane. - dijo Nihuris. - acepto su hospitalidad y agradecería
que no demorasemos, le explicaré las instrucciones esta noche y temprano
partiremos a las tierras de Sknot...
Aldúmene, hasta entonces seria y
distante se giró hacia Nihuris fijando sus ojos chispeantes en la morena.
~ Sknot es territorio
logressian... - murmuró distante Aldúmene.
~ El ejercito que está
hostilizando las fronteras es el ejercito logressian y el primero que deberá
ser pacificado, nos convocan a usted, a mi y a otras siete capitanas y sus
regimientos a crear la primera linea de defensa contra la invasión thyrania que
viene pulsando del sur. - contó Nihuris con claridad.
~ Así que Átropos y las thyranias
por fín cobraron la fuerza suficiente para levantar el brazon contra Enmyria y
Magonía.
~ Sólo la alianza de las señoras
enmyricas está en conflicto por el momento. Las regentes de Magonía mantienen
su voto de...
~ De imparcialidad y paz... -
terminó Aldúmene. - entonces seremos nueve compañías contra las fuerzas de las
logressians, ¿Dónde encontraremos a las demás capitanas?
Nihuris acompañó a Aldúmene a una
mesa cercana donde la morena capitana extendió el pergamino donde figuraban
mapa y objetivos.
~ En el paso Broggerkahl cerca de
Sknot. - comenzó a explicar Nihuris. - Hay una colonia mannenskyn que usaremos
como base y centro de abastecimiento. Concentraremos nuestras fuerzas ahí
creando el perimetro defensivo desde esa posición hasta el sur donde nos
encontraremos con las fuerzas a cargo de Eltharys de Liriél.
~ ¿Eltharyz de Liriél? Ella era
alférez...
~ Fue ascendida luego de que la
anterior capitana Alra de Liriél cometiese alta traición asesinando a un
Senator, siendo condenada al cautiverio en los yermos de Thyrania.
~ Extrañaré su espada... -
murmuró Aldúmene con un terrible presentimiento de aquél plan.
~ IV ~
El reino thyranio de Zhag-Bel-Ahn
había sido dominado por las señoras terribles de la guerra siglos atrás y
sojuzgado con dureza.
Los pueblos que habitaban aquella
tierra salvaje y dura habían presentado una feroz resistencia a las
emperatrices asyndane thyranias cuando éstas comenzaron la colonización;
Átropos aprendió que la tenacidad era quizá la única fortaleza elevada de
aquellas bestias brutales que tan indomables se le presentaban.
Pero la oscura señora de la
guerra conocía bien cómo doblegar la voluntad de pueblos y quebrantar cualquier
espíritu; sus métodos, inimaginables para cualquier mente menos brutal, eran
sencillamente monstruosos.
Los zagbelians eran mannenskyns
en una escala muy inferior, eran mayormente semi nomadas y practicaban la caza
y recolección, la escritura, agricultura y arquitectura les estaba casi vedado
y solían vivir en puebluchos que montaban y desmontaban según el tiempo les era
hostil o benéfico. Poseían un método rústico de ganadería que se limitaba a
pequeños rumiantes y cerdos salvajes y, hasta la llegada de las crueles
emperatrices, los zagbelians habían vivido relativamente en calma en su mundo
bárbaro. La tradición oral lo era todo y sus leyendas, rituales y deidades
formaban la base de sus creencias y dictaban sus códigos morales y de conducta,
ya que, independientemente de su estado relativamente atrasado, eran una
comunidad pacífica que trataba de sobrevivir como mejor podía en un mundo donde
sobrevivir era imposible.
Fue hasta que sus principales
chamanes y líderes guerreros estuvieron encadenados y enjaulados como bestias
ante las sonrientes guerreras del oeste cuando los zagbelians conocieron la
palabra "esclavitud".
Por medio de brujerías arcanas y
prohibidas nigromancias, Átropos logró obtener secretos ancestrales sobre
ritos, ceremonias y demás conocimientos prohibidos aumentando su ya de por sí
amplio arsenal de conocimientos, arrancándolos de los labios mismos de los
muertos.
Las cañadas y cimas circundantes
a Zag-Bel-Ahn se llenaron de los ecos desesperados de las victimas de la
enloquecida emperatriz que, ebria de poder y sedienta de sangre, jugaba con
aquellas desdichadas criaturas retorciendo sus formas y sus mentes,
retrocediendolos en la escala evolutíva hasta un nivel infrahumano blasfemo y,
luego, ascendiéndolos con violencia hasta contemplar infernales criaturas
evolucionadas en espantosas formas.
Fue de esos primeros habitantes
de los que la maldita emperatríz sacó la semilla de lo que serían las
Logressians, siervas fieles y brutales de la oscura Átropos.
De una estatura que superaba por
dos cuerpos y medio a la más corpulenta de las asyndane enmyricas, las
guerreras logressians reunían en sus cuerpos brutales tanto poderosos músculos
como ágiles y largas articulaciones letales en lucha cuerpo a cuerpo,
usualmente vestidas con armaduras de cuero ligeras aunque aptas ya que las
pieles gruesas de dichas guerreras eran dificiles de perforar.
Si bien no eran de una
inteligencia providencial, sí habían llegado a dominar el arte de la
arquitectura a base de látigo, ya que fueron las logressians quienes elevaron
muchos templos y palacios thyranios y la estrategia militar, la disciplina y
una lealtad a las señoras de la guerra forjada a hierro candente en las mentes
de todas y cada una de las logressians.
Y de entre todas, fue a Treyldar
de Kargyen la que Átropos mandó llamar a sus aposentos en la avanzada de
Zagh-Bel-Ahn al este de las tierras de Sknot.
Treyldar era una logressian de
cuatro metros y medio de altura de cuerpo poderoso tostado por el sol de toda
una vida de cautiverio y trabajos forzados, había nacido en el desierto y
crecido entre el polvo de las contrucciones megalíticas y la sangre de su
espalda al ser abierta a latigazos al ser hallada en falta, sus ojos cafés oscuros
hablaban de tormentas internas que jamás apaciguaría y, tras ser enviada por
Átropos en alguna misión de reconocimiento, ganó el privilegio de llegar a
capitana al demostrar una claridad de pensamiento y una rapidez de acción
providencial, pero de entre todos sus posibles atributos, físicos o psíquicos,
a Átropos le fascinaba uno que no se cansaba de explotar: el anhelo desesperado
de liberar a su gente del yugo asyndane.
La oscura emperatríz asyndane
sonrió al ver a su imponente capitana de pie ante ella. El viento ardiente del
desierto zagbeliano soplaba juguteando con la pajiza cabellera larga y roja de
la logressian.
~ Treyldar de Kargyen... - habló
con solemnidad Átropos. - te he llamado ante mí porque quiero ofertarte la
libertad de tu pueblo, una libertad que muchas antes que tú han buscado sin
mayor éxito que el exilio o la muerte...
Treyldar asintió escuchando
atenta.
~ Lo único que espero de tí, es
que rompas la linea defensiva de las guerreras enmyricas que se acercan a
invadir Thyrania y penetres hasta la misma Ulvyria causando el mayor número de
bajas asyndane enmyricas; no tendrás soporte de ningún tipo, estaran solas... -
dictó Átropos.
- Pero sé que sabrás aprovechar
todos los recursos que encuentres en el camino para llevar tu misión a buen
éxito.
~ No volveré de ese encargo, mi
señora... - observó la logressian.
~ No es necesario que vuelvas,
bastate saber que detrás tuyo irán varias capitanas más que se encargarán de
tomas el resto de ciudades cúpula enmyricas despues de que Ulvyria caiga. Así,
seré informada de todo cuanto hagas y de tus éxitos y fracasos, así, tu pueblo
será libre si a cambio tú me das una entrada a las tierras de Aglae... Mi
rebelde hermanita.
~ Juro por todos mis ancestros
que nada me detendrá hasta que las puertas de Ulvyria hayan caído a golpes de
la maza logressian... - dijo Treyldar con firmeza golpeando su pecho.
~ No espero menos de tí, recuerda
que tu gente depende de tus actos, Treyldar de Kargyen. - sentenció Átropos
sombriamente. - una cosa más, Treyldar, una nimiedad que espero sabrás cumplir
con tu vida si es preciso...
Treyldar levantó la vista,
Átropos pudo ver en la mirada de la logressian la decisión que viera en los
primeros zagbelians siglos atrás y supo que su guerrera tendría éxito, sonrió
complacida antes de decirle a la enorme capitana su último encargo en las
tierras de Sknot.
~ V ~
Zydene de Fenzeris, asyndane bajo
el mando de Hermynd de la coalición enmyrica examina las profundas hondonadas
del paso Bruggenkhal, cimas rocosas, sombrías y nebulosas se extendían en
tortuosas hondonadas que se le antojaban bocas de lobos abiertas y listas para
devorar al incauto que osase pasearse por ellas.
Había recorrido las entradas a la
senda una y otra vez esperando ver al resto de capitanas asyndane que se suponía
debían unírsele para iniciar el perimetraje defensivo en la frontera
enmyrico/thyrania.
~ Pero al parecer soy la única
que está en donde debe de esta... - pensó la rubia asyndane escudriñando
nuevamente el abismo con sus ojos verdemar, en los costados llevaba una doble
funda con dos espadones afilados y prestos para el combate, e iba envuelta en
la armadura en plata y cobalto de la alianza de Enmyria, hacía días que los
caminos no eran frecuentados por ningún forastero y aquello la ponía nerviosa.
Zydene no sólo era una
corpulenta, amable y confiable asyndane guerrera, sino una ávida estudiosa de
lo físico y lo parafísico, y en su juventud había leído decenas de libros de
leyendas de los viejos días y almanaques tanto asyndanes como elfeyds, y por
ellos sabía que las tierras de Sknot eran terribles abismos donde la muerte
vagabundeaba a sus anchas con pies ligeros y veloces.
Pueblos de todos los tipos habían
intentado establecerse en aquellos valles áridos y desolados, donde chacales y
salamandras convivían con los demonios de los desiertos, los temibles espíritus
que roen muertos. Y más terrible aún, una obscura leyenda apenas esbozada con
temor contaba cosas acerca de una espadón de poder perteneciente a Burdigaard,
emperador supremo de Absyx, némesis de Mizarión de Lauressia y de lo que sería
capáz de hacer si éste llegaba a caer en manos o bien asyndane o bien
mannenskyn.
Y de un ídolo de doble rostro
oculto en alguna cripta subterránea en algún lugar del desierto pedregoso de
Sknot y sus torturados valles, un fetiche pagano y poderoso que guardaba dentro
de sí un secreto terrible.
Zydene sabía que era una
insensatéz considerar la leyenda del ídolo y del espadón como realidades, pero
había aprendido que toda leyenda y mito tenían mucho de verdad y poco de
ficción, después de todo, las mismas emperatrices asyndane con su mera
existencia probaban que, por lo menos Mizarión sí había sido real.
La capitana pocas veces dejaba
que su fantasía volara como en aquellas ocasiones, pero le era imposible no
considerar, con un estremecimiento de emocionado temor, que quizá estuviesen en
las compuertas de un reino muerto, maldito y arcano que debería de haber
permanecido inviolado.
Los pensamientos saturninos de la
capitana asyndane se vieron interrumpidos por un rumor bajo que se iba
aproximando, era un corcel, Zydene aguzó la vista y miró lo que esperaba, una
solitaria sombra galopando por la vera del camino sosteniendo un estandarte con
la bandera de la alianza.
~ Por fin... - pensó Zydene
sonriendo partiendo al encuentro de la alférez emisaria.
La alférez representaba a la
capitana Glaricarda de Malkhery que había tomado posición y esperaba al resto
del contigente.
~ Bueno. - pensó Zydene siendo
conducida a la avanzada de Glaricarda. - ya solo faltan otras siete y estaremos
todas.
Glaricarda de Malkhery, al igual
que el resto de las asyndane malkeryans eran quizás las más menudas de todas
las asyndane enmyricas, pero ésto no les impedía ser astutas y letales como las
mejores guerreras de cualquier tierra thyrania además de ser sigilosas, alguna
vez en alguna gesta habían demostrado ser la fuerza felina de la alianza,
hermosas, crueles, astutas, letales y despiadadas, y Glaricarda encajaba bien
en esa descripción, rubia y de rasgos juveniles sumado a un fuego interior nato
que era su mayor virtud.
Fin del Primer Acto